Asombro

¿Que es el asombro sino una sensación de maravilla, de milagro? 

Pero cuando el milagro se vuelve cotidiano, el asombro se desvanece y lo que era milagroso se torna anodino. Desaparece: lo ignoramos, lo despreciamos, lo damos por supuesto y, entonces, la vida se nos transformando en un páramo previsible. 

Un bebé vive desde su alumbramiento un flujo constante de nuevas experiencias que nunca ha vivido antes. Una ola constante de primeras ocasiones. Cuando vivimos algo por primera vez toda nuestra atención está concentrada, todos nuestros sentidos están alerta, abiertos a percibir la mayor cantidad de detalles posibles que permitan aprehender dicha experiencia. La primera vez de algo, generalmente, implica un estado de consciencia total, de atención plena, de descubrimiento. 

En ese estado psicofísico se produce una conexión íntima tal entre lo observado y el observador, que se diluyen sus fronteras. Es un estado de complementariedad total. Seguramente muy similar o análogo al estado de flujo que describió Mihaly Csikszentmihalyi; quizá es similar al estado meditativo…

¿Cómo lograr que la repetición de experiencias no atrofie nuestra capacidad para asombrarnos? Al tiempo que no resulte incapacitan, pues si -en el otro extremo- nos abstraemos maravillados ante cualquier pequeño acontecimiento diario, acabaríamos inhabilitados para el día a día.

Dice Juan Arnau, que si todos nos detuviéramos a contemplar un árbol cada día durante un minuto, la humanidad sería  transformada.

Sólo necesitamos ciertos instantes de consciencia cotidiana para darnos cuenta de la excepcionalidad de la experiencia que estamos vivenciando. Compartir esos instantes de reverencia por la vida con nuestros hijos, puede contribuir decisivamente a construir colaborativamente una cosmovisión del mundo como lugar sagrado en el que cada uno de nosotros puede, si así lo decide, ser parte de una nueva humanidad en una tierra restaurada.

El ejemplo no es la mejor herramienta para educar. Es la única.

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