La pregunta que debe hacerse la educación

«La influencia más grande sobre el desarrollo biológico del ser humano es la calidad de las relaciones entre los adultos y los niños, especialmente en la primera infancia.

Si en nuestra sociedad la mayoría de los niños van a pasar la mayor parte de su tiempo lejos de sus padres en guarderías, escuelas infantiles o finalmente en escuelas, y si entendemos que esos son años de desarrollo cerebral, entonces la pregunta que debe hacerse la escuela no es cómo inculcar álgebra en las cabezas de los niños o cómo enseñarles habilidades de programación, sino qué condiciones promueven el desarrollo de circuitos cerebrales saludables.

Un cerebro saludable requiere ciertas cualidades: conectividad social, cuidado, búsqueda curiosa y juego. Todos los mamíferos juegan. ¿Por qué? El juego es una de los más importantes impulsores de desarrollo cerebral sano.

¿Qué pasaría si las escuelas entendieran que el cerebro humano necesita calidez, interacciones humanas nutritivas con adultos que inspiran confianza y seguridad? ¿Que el juego es esencial? ¿Que la curiosidad es un circuito natural del cerebro humano y necesitamos promoverlo y no aplastarlo?»

Lo anterior son las palabras del psiquiatra especializado en trauma y adicciones Gabor Maté en su último libro “El mito de la normalidad” cuya tesis es que vivimos en una sociedad que no solo es tóxica, sino que la persona que bien adaptada a una sociedad enferma, necesariamente acaba enferma.

Tendríamos una educación muy diferente si tuviéramos en cuenta las necesidades neurobiológicas de los niños.

Como en tantas otras ocasiones, la ciencia -utilizando su prolija metodología y compleja tecnología- ha descubierto lo que el sentido común -o más preciso, el instinto- de los seres aún humanos busca: las relaciones profundamente humanas como parte esencial de la salud, la curiosidad como una cualidad natural inherente al proceso de aprendizaje y el juego como una actividad esencial del desarrollo humano, no solo cerebral, sino emocional y social. En un entorno en el que niños, niñas y jóvenes ejercen una mayor capacidad de decisión sobre su propio proceso de desarrollo, así sucede.

El ser humano en desarrollo requiere entornos que satisfagan las necesidades para las que su cuerpo está preparado, pero nuestra ecología cultural no lo apoya: estrés intrauterino, mecanización del parto, atenuación de instinto parental, negación de las necesidades de desarrollo, presiones económicas y sociales, erosión de los lazos comunitarios. sistemas educativos que estresan a los niños para competir, explotación de los niños y jóvenes para mayor gloria del mercado de consumo.

¡Qué diferente sería la educación si aportara su granito de arena reequilibrando en sus prioridades las necesidades productivas de la sociedad de consumo en favor de las necesidades de los seres humanos en desarrollo! 

Una educación tal proporciona salud, bienestar, sentido de identidad y seguridad básica, capacidad de manejo social, de crítica, de autorrespeto, de colaboración, una percepción de la vida como acogedora y no como despiadada lucha por la supervivencia. 

Todo esto no es un constructo basado en suposiciones y modelos teóricos. La experiencia así nos lo indica. Si bien, una educación tal supone una transformación profunda de la sociedad: menos competitiva y más compasiva.

Atreverse a encontrar caminos que satisfagan las necesidades genuinamente humanas, aunque no cumplan los actuales requerimientos sociales, es labor ardua, pero da pleno sentido a la labor de cuidar de la vidas humanas humanas de las que somos responsables.

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