Nuestra última publicación mostraba el testimonio de Pablo Almarza, quien hacía un balance retrospectivo de su experiencia en el modelo de educación autodirigida desarrollado por ojo de agua, su posterior ingreso en el sistema escolar a los 15 años y la influencia de todo ello en su vida.
La historia de Pablo demuestra que una educación basada en la libertad responsable forja, en líneas generales, seres humanos conscientes, honestos, respetuosos, tenaces, colaboradores e imperfectos, pero dispuestos a aprender y mejorar.
Y ello, en un contexto en el que “los reclutadores reconocen que, si pudieran, no contratarían a jóvenes de hasta 27 años” quienes, aunque “llegan con currículos impecables y másteres de prestigio (…) carecen de las habilidades blandas [comunicación, trabajo en equipo, actitud proactiva, presencia] cada vez más determinantes (…) sobre el papel parecen perfectamente cualificados; sin embargo, los reclutadores coinciden en que el mayor desafío no es tecnológico, sino de talento humano (…) El exceso de confianza en los títulos académicos ha terminado por jugarles en contra (…) [Todo esto] ha llevado a los reclutadores a restar peso a la educación formal y a valorar más las competencias prácticas y sociales”. (1)
Si has escuchado escuchado la voz de Pablo verás que nos cuenta una historia radicalmente diferente de las que nos cuenta el dogma educativo instaurado a sangre y fuego, tal es el origen de la institucion escolar. Todo el mundo sabe que el sistema escolar tiene un amplísimo margen para mejorar, pero como no conocemos otra forma, nos conformamos: “es lo que hay”. A esto contribuye de manera determinante la férrea y minuciosa legislación. Incluso los profesionales, con toda su voluntad y vocación (aunque no todos, hay que decirlo) desconocen otras realidades, otras perspectivas o son conscientes de la extrema dificultad, por no decir imposibilidad, de aplicarlas en el actual diseño institucional.
Y, aunque a través de las neurociencias se están promoviendo lentamente cambios en el sistema, de lo que no hay duda es que el corpus normativo -elaborado por burócratas y dependiente de los intereses políticos y económicos- impide una verdadera exploración del camino de la libertad responsable en el desarrollo humano. Priman los intereses económicos. Se suele decir “los niños son el mayor activo de una sociedad”, “la educación es la mejor inversión que puede hacer un país”. Este lenguaje utilitarista y economicista no es sino ponerle precio a los seres humanos y utilizarlos como instrumentos al servicio de la estructura económica. Es interesante ver que un instrumento no es un fin en sí mismo, sino un medio para otra cosa -ésta sí, el fin en sí mismo- supuestamente, más importante. Es una visión del ser humano como utensilio, como “medio para” y no como “fin en sí mismo”.
Recientemente escuchábamos a un laureado profesor, ejerciente como director de centro, decir que “hubo una corriente pedagógica bastante impactante en España que buscaba exactamente eso, que los alumnos tenían los mismos derechos que los padres, los mismos derechos que los profesores… Entonces, claro, cuando los alumnos adquieren unos derechos que no les corresponden, entonces suceden este tipo de cosas, las agresiones a los docentes”.
La experiencia de ojo de agua (y no es la única) a lo largo de un cuarto de siglo desmiente categóricamente esa afirmación.
Sería razonable, en primer lugar, precisar cuáles son los derechos que no corresponden a los niños. Nos preguntamos en voz alta si a los niños se les deben aplicar los derechos humanos. La respuesta, obviamente, es que si los niños son seres humanos, deberían aplicárseles los derechos humanos. La siguiente pregunta debería ser si las instituciones escolares garantizan los derechos humanos o, incluso, los derechos constitucionales, como, por ejemplo, la libertad de movimiento, la libertad de pensamiento, la libertad de reunión, la libertad de asociación, los derechos sobre trabajo forzoso, etc… por poner algunos ejemplos. ¿Acuden los niños a las escuelas por voluntad propia? ¿O por imperativo legal? Por ejemplo, por comenzar por un pequeño detalle del principio, es necesario recordar que fue un gran avance del movimiento pedagógico del que participamos a inicios del siglo XXI, que el periodo de adaptación respondiera a las necesidades de los niños y de las familias y no, como hasta entonces (y aún hoy día en muchas escuelas) fuera la institución quien impusiera un periodo rígido, extremadamente corto e idéntico para todos.
Y si no van por voluntad propia, ¿cómo es que luego acaban yendo todos los días? ¿Por qué se acaban los llantos y las lágrimas? La respuesta está, a nuestro juicio, en la inmensa capacidad de adaptación del ser humanos a los entorno, por adversos que éstos resulten para su naturaleza. Si bien, como tantos sabios han afirmado, adaptarse a un sistema tóxico no es sinónimo de salud.
Claro que puede parecer un locura que los niños ejerzan el derecho a la libre circulación, pues ¿cómo podría tener lugar una clase si los niños están entrando y saliendo?
No menos disparatado podría parecer que los alumnos pudieran ejercer el derecho de reunión y elegir a qué grupo quieren pertenecer, junto con qué otros niñas y niños quieren estar y no ser asignados a un grupo en el que todos tienen la mismas (o muy similar edad), pues ¿cómo entonces podríamos establecer el nivel de los contenidos que se impartieran en la clase?
Menos aún dar cabida la chaladura de que los alumnos elijan qué desean aprender y tengan capacidad para decidir su propia ruta de aprendizajes y puedan decidir la construcción de su propio currículum, pues entonces ¿cómo podríamos atender la previsiblemente tan diversa variedad de materias y cómo podríamos asegurarnos de que toman las decisiones que -nosotros, los adultos- sabemos que son las adecuadas?
Todo esto -que podría parecer anatema para la inmensa mayoría de los profesores, de las madres y de los padres, todos ellos conocedores exclusivamente del único modelo que el sistema permite- es lo que ha vivido Pablo durante sus años de infancia y primera juventud.
Y tras poder contrastar esa experiencia con el sistema convencional, Pablo llega a la conclusión (y, ni de lejos es el único; más bien es la inmensa mayoría) de que hay algo profundamente erróneo en el sistema de escolarización obligatoria, algo que impide desarrollarse como individuo, como persona, como ser humano singular.
Es comprensible la perspectiva de este comprometido y esforzado director de un centro ubicado en una barrio económicamente deprimido que atiende a 18 nacionalidades distintas, muchas culturas y religiones diferentes y que se encontró con altos niveles de violencia y ha logrado dar la vuelta a esa situación.
Pero esto trae a la luz un factor decisivo, que es el grado de conciencia de cada familia. Éste debería ser uno de los primeros aspectos a tener en cuenta. El hecho de que ojo de agua fuera una experiencia pedagógica que no contaba con el beneplácito expreso de la administración hacía que sólo familias con un alto grado de conciencia e implicación en la educación de sus hijos, familias que no deseaban delegar esa función en el sistema escolar, familias que buscaban, mayoritariamente, una educación basada en el respeto, la conciencia y la confianza, se acercaran a probar nuestra quijotesca (desde el punto de vista convencional) propuesta.
Esa conjunción, familias conscientes, por un lado, y un contexto de respeto a las necesidades y derechos de los niños en libertad responsable, por otro, es lo que hizo posible que un modelo educativo diera una profunda satisfacción vital (y esta palabra es de importancia decisiva) a personas como Pablo y a la inmensa mayoría de participantes que pasaron por ojo de agua y contaban con el apoyo y la confianza de sus familias. Reiteramos: una educación basada en la libertad responsable forja seres humanos conscientes, honestos, tenaces, colaboradores e imperfectos, pero dispuestos a aprender y mejorar.
Sabemos que suena extraño, casi un delirio, un sueño, una utopía, algo no sólo improbable, sino imposible. Pero, como escribió el gran Lope de Vega en ese magnifico soneto sobre el amor: “creer que un cielo en un infierno cabe (…) quien lo probó, lo sabe”.
(1) https://www.theobjective.com/economia/empleo/2025-10-18/generacion-z-trabajo-reclutadores/
(2) Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
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