En 1960, en paralelo al enjuiciamiento de Adolf Eichmann en Jerusalén, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram de la Universidad de Yale, diseñó un experimento cuyos resultados tuvieron y tienen un alcance enorme en cuanto al grado de sumisión a la autoridad de los ciudadanos, incluso cuando lo que la autoridad les ordena se opone frontalmente a sus más profundos valores humanos.
El experimento de Milgram (1) consistia en seleccionar una serie de personas para, supuestamente, participar en un experimento sobre la memoria y el aprendizaje en el que se necesitaban tres roles. El experimentador, el maestro y el alumno. Las personas seleccionadas debían ejercer el papel de maestro mientras que el experimentador era un miembro del equipo de Milgram y el alumno un actor contratado.
La labor del maestro consistía en leer una serie de pares de palabras e, inmediatamente después, leer solo la primera de cada par. El alumno tenía que recordar y responder con la palabra aparejada correcta. Si fallaba, el maestro debía aplicarle una descarga eléctrica que se incrementaba con cada fallo comenzando en 45 v. y alcanzando su máximo en 450v., una descarga potencialmente mortal. El maestro podía ver y escuchar al actor que interpretaba al alumno sujeto con correas a una silla a través de una ventana en una habitación contigua y disponía de una serie de palancas que debía accionar y en las que estaba indicado el voltaje que correspondía a cada una. Si el maestro dudaba, el experimentador vestido con su bata blanca y presente en la sala (en la versión inicial del experimento) intervenía para recordarle su responsabilidad mediante frases elegidas con precisión en orden creciente de exhortación.
En la versión inicial del experimento los resultados, que no mostraron diferencias entre hombres y mujeres, fueron escalofriantes pues el 65% de los 40 participantes obedecieron y llegaron a aplicar la descarga máxima. Si se podía escuchar la voz del alumno este porcentaje disminuía al 62,5%. Posteriores análisis con datos de otros países distintos de los EE.UU. han confirmado porcentajes similares de sumisión entre el 61% y el 66%. (2)
Se probaron decenas de variaciones: que el alumno estuviera físicamente más cerca o lejos, que el experimentador fuera percibido como una autoridad legítima o no, que el experimentador estuviera físicamente más cerca o más lejos del maestro, que el experimentador estuviera presente en la sala o se comunicara a través de un interfono, entre otras.
Es interesante notar que cuando se permitía que el maestro decidiera el nivel de descarga, sólo el 2,5% de las personas llegaban a aplicar la descarga máxima.
A raíz de los resultados del experimento, Milgram acuñó el término “estado agéntico”. A diferencia del estado de autonomía, en el que nuestro criterio moral tiene un peso fundamental en nuestras decisiones, en el estado agéntico, el individuo se ve inmerso en una estructura jerarquizada de poder percibida como legítima, a consecuencia de lo cual diluye la responsabilidad de sus acciones, y se ve arrastrado a tomar decisiones que entran claramente en conflicto con su moralidad. “En esta situación, el individuo no se considera como responsable de sus propias acciones sino que se define a sí mismo como un instrumento de ejecución de los deseos de otro.” (3)
En 2010, el psicólogo Jean Leon Beauvois dirigió un experimento basado en el de Milgram, pero adaptado a un concurso de televisión con público (4) en el que la figura de autoridad en este caso era la presentadora. El porcentaje de personas sumisas y obedientes resultó mayor en este caso: un abrumador 81%
También en esta ocasión se realizó una variante en la que la presentadora se ausentaba del plató a partir de los 80v. En esas circunstancias el 75% de los maestros desistieron de aplicar más descargas en cuanto el dolor del alumno se hacía patente.
Al comparar los resultados de ambos experimentos podríamos deducir que en 2010 la sociedad mostraba aún más sumisión (+20%) que en 1960. También que el influjo de la televisión es un factor importante en ese incremento en la obediencia. En el caso de Milgran la autoridad era una figura académica, esto es, basada -supuestamente- en el saber y el conocimiento. En el experimento de Beauvois, la autoridad era una simple presentadora de entretenimiento. Esto pone de manifiesto el poder del medio audiovisual en sí mismo como fuente de autoridad moral percibida como legítima. De hecho, algunas de las justificaciones a posteriori explicaban que llegaron hasta el final porque “siendo un programa de televisión no podía ser algo malo”.
Hoy, en 2025, la televisión en un medio con una influencia en decadencia. Ahora prácticamente cada ciudadano lleva una televisión encima con programación a la carta altamente segmentada, lo que significa que el medio es aún más poderoso hoy día. Un ejemplo que hemos podido vivir a través, por ejemplo, de las intensas campañas mediáticas realizadas desde hace un lustro.
Estos experimentos demuestran con claridad que “los individuos comunes podrían ser inducidos a actuar destructivamente incluso en ausencia de coerción física, y que los humanos no necesitan ser innatamente malvados o aberrantes para actuar de manera reprensible e inhumana. Si bien nos gustaría creer que cuando nos enfrentamos a un dilema moral actuaremos según lo dicte nuestra conciencia, los experimentos de obediencia de Milgram nos enseñan que en una situación concreta con poderosas restricciones sociales, nuestro sentido moral puede ser pisoteado fácilmente.” (5) No es tanto el tipo de persona como el tipo de situación en la que se encuentra lo que determinará cómo actuará.
¿Qué implicaciones tienen estos hallazgos sobre el ámbito de la educación? ¿Contribuye la escolarización, tal como la conocemos, al fortalecimiento de estas tendencias o, por el contrario, las debilita? ¿Pueden las madres y padres minorar el impulso de obediencia que choca con el propio criterio moral?
Estas son preguntas que debemos hacernos porque ya hemos visto que una proporción sustancial de la gente hará lo que le digan, independientemente del contenido del acto, sin remordimiento de conciencia, en la medida en que perciban que las órdenes provienen de una autoridad legítima, dado que “la desaparición del sentido de la responsabilidad es la consecuencia de mayor alcance como consecuencia del sometimiento a la autoridad”. (6)
No hay duda, si queremos vivir en sociedad necesitamos renunciar a parte de nuestra libertad personal. El punto clave que nos muestran estos hallazgos de la psicología social es que esa renuncia puede llegar a ser perversa. Hemos de ser muy conscientes de esa tendencia que hay dentro de cada uno de nosotros. La crianza y la educación en el seno de la familia y en otros ámbitos más amplios de socialización y aprendizaje que aspiren a una verdadera educación (y no solo al cumplimiento de una mera escolarización burocrática) deben tener esto muy en cuenta y dedicar una parte irrenunciable, y al tiempo muy importante, de su labor al cultivo y desarrollo de una fuerte sentido de la responsabilidad moral, de criterio ético propio.
En nuestra experiencia esto sólo puede lograrse con ejemplo y libertad. Ejemplo para minorar la contradicción entre nuestros dichos y nuestros actos, lo que requiere vivir con una consciencia lo más presente posible en nuestra cotidianeidad. Libertad porque ese criterio ético solo puede construirse desde la experiencia propia, no desde los consejos ajenos; aprendiendo de los aciertos y los errores, de las consecuencias de nuestros actos hacia los otros, sin castigos ni reprimendas, pero con conversación y empatía. Educando con humildad, aprendiendo juntos de cada nueva situación y haciéndolo evidente. Fortaleciendo la capacidad de decir “no” cuando se viole la coherencia interna entre el sentir, el pensar y el actuar. Un proceso que no es ciencia, sino un arte en sí mismo, pues son incontables las variables a tener en cuenta. Un proceso que te desafía alumbrando propias zonas oscuras. En ese camino, la consciencia se desarrolla y se reducen las posibilidades de que la sumisión y obediencia ciegas nos extirpen nuestra más íntimas convicciones éticas.
Dado que vivimos tiempos de un creciente feudalismo tecnocrático que emerge con fuerza a través de fuerzas que combinan economía, política y control social. estamos construyendo cada vez sociedades más domesticadas, más sumisas y más conformistas en las que se equipara libertad con capacidad de consumo.
Por tanto, “es nuestro deber, si deseamos vivir una vida no desprovista totalmente de sentido y significado, no aceptar cosa alguna que se encuentre en contradicción con nuestra experiencia básica por el mero hecho de que venga por tradición, convención o autoridad. Es posible que sea falsa nuestra decisión. Pero es preciso decir que la expresión de nuestra personalidad se ve frustrada ya desde su raíces, a no ser que las certezas que nos piden que aceptemos coincidan con las certezas que constituyen el objeto de nuestra experiencia. Esta es la razón por la que un escepticismo amplio y consciente de las reglas en las que insiste el poder, constituya la condición de una libertad que pretenda mantenerse en cualquier estado.”(7)
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(1) Milgram, S. (1980) Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental, Descleé de Brouwer, Bilbao.
(2) Blass, Th. (2002), The man who shocked the world, en https://www.psychologytoday.com/us/articles/200203/the-man-who-shocked-the-world(
(3) Milgram, op. cit., p. 127
(4) https://www.youtube.com/watch?v=LgpYNqyLELE
(5) Blass, Th. (2002), op. cit.
(6) Milgram, op. cit., p. 20
(7) Lasky, H. H., Los peligro de la obediencia, citado en Milgram, p. 175