Mauricio Wild falleció el pasado lunes, 30 de marzo de 2020. No solo sentimos un gran dolor por su pérdida como ser humano y amigo, sino también por su figura (así como por la de Rebeca Wild) en la re-humanización de la historia de la educación global.
Foto: Marién Fuentes. La Vall de Laguart, verano de 2002
Mauricio de autodefinía como una de esas cianobacterias que lograron transformar la atmósfera del Planeta Tierra en una atmósfera de oxígeno que, luego, dio paso a la proliferación de plantas, animales y, posteriormente, seres humanos.
Año tras año, llegaba -junto a Rebeca- para compartir sus seminarios y, año tras año, sembraba semillas de cambio en las mentalidades de más y más mujeres y hombres, madres y padres de familia la inmensa mayoría de ellos. Semillas tan fuertes, tan poderosas, que una vez implantadas, tras un seminario, casi era imposible quitárselas de encima, tal era su lógica vital.
Fruto de aquel intenso trabajo, en la primera década y media de este siglo, con el que conseguían financiación para sus proyectos en El Pesta, SINTRAL o El León Dormido, ha sido la gigantesca ola de transformación educativa iniciada por familias, madres y padres que se atreven a sacudirse la inhabilitación que la profesionalización de la educación nos impone y se deciden a crear “ambientes adecuados a las necesidades auténticas de desarrollo de lo niños y jóvenes”.
Gran inspirador, en nuestra memoria siempre junto a Rebeca; que nuestras vidas se cruzaran nos impulsó a transformar las nuestras y contribuir, a su vez, a la transformación de las vidas de otras personas.
“No se dejen contaminar por mi”, decía siempre al inicio de sus seminarios. Pero, también, “hagan lo propio”, entendiendo que la vida, la naturaleza, no funciona simplemente copiando, sino adaptándose de una manera genuina y singular a la circunstancias, al clima de cada lugar y cada momento. Por eso, ojo de agua mana del trabajo de Rebeca y Mauricio Wild, pero -al mismo tiempo- “es otra cosa”.
Ambos, Mauricio y Rebeca Wild, siempre estarán en nuestros corazones, inspirando nuestra dedicación de vida. Les estamos infinitamente agradecidos.
No lo logramos. Mauricio y Rebeca Wild nos infectaron el virus del respeto por la vida y la conciencia de dedicar nuestra corta estancia sobre este Planeta que nos sostiene a que los niños pasen su infancia, esa etapa de la vida que marca a fuego su impronta sobre nuestro carácter, siendo “ellos mismos”.
Gracias, Mauricio. Gracias, Rebeca.