Confianza sanadora

A lo largo de los años se han acercado familias que deseaban que sus hijos/as vivieran un proceso de aprendizaje distinto al convencional.

Nuestro planteamiento era el de crear un entorno abundante en posibles intersecciones sociales y materiales dando espacio a la iniciativa de niños y niñas.

En ocasiones, los motivos por los que algunas familias nos elegían era porque la experiencia de sus hijos había resultado nefasta: bien en el nivel de las relaciones, porque habían sido víctimas de acoso, bien porque forzar su proceso de aprendizaje les había hecho  enfermar o, incluso, rechazar radicalmente aprender alguna destreza instrumental fundamental como la escritura.

Hubo el caso de una persona de unos 14 años que habiendo sido víctima de acoso escolar, sus padres tomaron la decisión de que viviera la experiencia de ojo de agua. Su trauma relacional era tan intenso que no se relacionaba con nadie, no hablaba con nadie, pasaba literalmente toda la mañana pasillo arriba, pasillo abajo, deambulando por la casa sin rumbo aparente. Pasillo arriba, pasillo abajo. En silencio total.

Encontrándonos en esa situación, decidimos mantener nuestro principio fundamental: crear un entorno acogedor tanto material como emocionalmente, ofrecer un ambiente emocional y social cálido y acogedor, mostrar de manera clara nuestra disponibilidad y ver qué sucedía.

Y lo que sucedió durante muchos meses no fue distinto de lo ya mencionado: pasillo arriba, pasillo abajo; pasillo arriba, pasillo abajo, pasillo arriba, pasillo abajo…

Cuando hablábamos con la madre nos decía que la chica quería seguir viniendo, que se levantaba por la mañana y no oponía resistencia a acudir. Interpretamos ese indicio como un elemento positivo.

Sin posibilidad alguna de comprensión del proceso interno que estaba viviendo esta persona, pues apenas hablaba con los adultos u otras compañeras, sin indicios exteriores que nos dieran pistas de si estaba ocurriendo una evolución o, incluso, qué evolución estaba sucediendo, decidimos continuar ofreciendo un entorno relajado, sin presión, con interacciones no invasivas pero que mostraran apoyo y presencia por parte de los adultos.

Sólo muchos meses después, hizo un primer vínculo, una primera relación, y a partir de ahí, comenzamos a verla sonreír tímidamente, algo inédito hasta el momento.

A lo largo de los años en los que participó en nuestro ambiente educativo, no se apuntó absolutamente a ninguna actividad que tuviera la más mínima apariencia de algo académico.

Cuando cumplió los dieciocho, decidió apuntarse a la escuela de adultos y allí paso todos los exámenes.

Años después nos cruzamos con ella y su madre. Sonrió al vernos, comentamos en qué momento estaba en su vida (ya estaba trabajando) y, al despedirnos, tanto la madre como la hija, nos agradecieron con gran emoción el proceso sanador que su hija había podido vivir en sus años en ojo de agua.

No es el único caso, con la creación de un entorno relajado, tanto social como académicamente, que demuestra tácitamente su confianza en la capacidad de cada persona para reponerse, autoreparar y cicatrizar sus heridas emocionales y sociales nos ha permitido experimentar el poder de esa confianza.

¿Cuántas veces hemos sentido que estábamos “vendiendo humo” cuando proponíamos a las familias que confiasen en sus hijos?Porque, ¿cómo se mide la confianza, como se palpa?

Confiar es “depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa (…) dar esperanza de que se conseguirá lo que se desea  (…) esperar con firmeza y seguridad.”

 Al confiar, otorgamos poder a la persona, el mensaje que enviamos es “tu puedes atravesar esta situación”, “estamos a tu lado cuando nos necesites”.

“Con-fiar” es tener fe en el otro. La fe, desprovista de cualquier indicio religioso, es una forma de conocimiento no racional. Dice la  sabiduría popular que “la fe mueve montañas”. Lo confirmamos por experiencia.

Confiar en los niños, depositar en ellos nuestra fe, tener y mostrar esperanza en que sabrán superar las dificultades, manteniéndonos siempre presentes, disponibles para apoyarles en su procesos ha sido, posiblemente, la herramienta más poderosa en nuestra labor educativa.

Esa confianza es la que les ha dotado a la inmensa mayoría de una fortaleza interior, de una autoconfianza (tener fe en uno mismo) que resulta un recurso inestimable para el resto de sus vidas.

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