abitará

Cualquiera puede ver la flagrante falta de ortografía del título: “abitará.”

Así, sin hache.

Imposible no verla.

Pero todo es contexto.

Cuando leímos el texto en el que aparecía, recordamos cómo en una de las presentaciones de su último libro -Materia que respira luz- el astrofísico y filósofo Juan Arnau contaba que un sobrino suyo había compuesto un poema para la clase de lengua; un poema, decía, hermoso. Pero le suspendieron el trabajo -se lamentaba el tío – porque contenía faltas de ortografía.

¡Qué fácil es cuantificar una falta de ortografía!

¿Qué es una falta de ortografía? Es una escritura que no cumple cierta convención lingüística. Sin duda, la ortografía es importante porque si cada cual escribe como le venga en gana, tendremos dificultades para comunicarnos (que es, conviene no olvidarlo, la verdadera finalidad de la escritura).

No es esto, sin embargo, un alegato en favor de la insumisión ortográfica. A pesar de que Juan Ramón Jiménez se tomaba muchas -y no pequeñas- libertades ortográficas desafiando, seguramente, a las estrictas mentes férreamente defensoras de la ortografía más ortodoxa.

Así lo explicaba el premio Nobel de Literatura de 1956: “Se me pide que esplique por qué escribo yo con jota las palabras en “ge”, “gi”; por qué suprimo las “b”, las “p”, etc., (…) Primero, por amor a la sencillez, a la simplificación en este caso, por odio a lo inútil. Luego, porque creo que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe. Después, por antipatía a lo pedante.”

Lo repetimos: la verdadera finalidad de la escritura (y también, por supuesto, de la lectura) es comunicar los que pensamos y sentimos. La comunicación, por tanto, consiste en transformar nuestro mundo interno, algo absolutamente desconocido para cualquiera diferente de uno mismo, a través de un código común y lograr que el otro pueda llegar siquiera a imaginar -aunque sea brevemente- un mínima parte de lo que sucede en nuestro interior. Y las palabras son la arcilla con la que moldeamos esa realidad inmaterial.

Curiosamente, las metáforas consisten en la traslación del sentido de una palabra a otro sentido, “figurado”, que no corresponde al literal pero que está relacionado con él mediante una asociación de ideas.

El uso de una metáfora es una hazaña lingüística para un niño. Es una puerta abierta a un mundo expresivo que multiplica no solo sus posibilidades de comunicación, sino la potencia de sus mensajes.

“El pensamiento metafórico es fundamental para nuestra comprensión del mundo, porque es la única manera en que nuestra comprensión puede alcanzar el exterior del sistema de signos hacia la vida misma. Es lo que conecta el lenguaje con la vida.” (1)

Las metáforas permiten, entre otras muchas cosas, abrir un camino directo de un corazón a otro corazón. Quizá por eso no son cuantificables.

Así lo percibimos, cuando el último día de la última temporada, cuando ya todo el mundo se había ido y ojo de agua se encontraba vacío, descubrimos en una pizarra el mensaje que un par de personas de unos 10 años habían escrito:

“siempre abitará en mi ojo de agua.” 

¡Qué poderoso mensaje!

¿Qué te transmite la sencilla pero profunda expresión de estas personas? ¿Por qué crees que sentían lo que expresaron?

No dejes de responderte a estas preguntas. Y tenlas presentes cuando estés cerca de un niño.

¡Nunca tuvo menos importancia una falta de ortografía!


(1) McGilChrist, I. (2010) The Master and his Emissary. The divided brain and the making of the western world, Yale University Press, p. 115

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