Puertas cerradas (y II)

Repasando los archivos nos dimos cuenta de que uno de los lugares provisionales en los que se ubicó ojo de agua en sus inicios, lindaba con una carretera de dos carriles con un trafico por momentos intenso.

En aquellos momentos el grupo no era muy numeroso, diez o doce participantes, muchos de ellos de edades menores a los nueve años.

La decisión en aquella circunstancia fue mantener la verja echada con el candado cerrado y la llave puesta. De esta manera, a pesar de que la verja estuviera cerrada con un candado -y, por lo tanto, no invitaba a abrir- el hecho de que el candado tuviera la llave puesta significaba que, aún estando cerrado, podía abrirse de manera autónoma.

Por otra parte, la casa disponía de un amplio huerto de naranjos que acababa en un pequeño barranco. En esa zona no había valla ni límite. Como en otras ubicaciones, definimos en la asamblea los límites a los que podría llegarse de manera autónoma sin conocimiento de nadie más. El inicio del huerto era el límite y venía dado porque el propietario de la finca así lo quería y así lo explicamos. 

Nuestra experiencia es que el establecimiento de este tipo de límites verbales que no tienen presencia física (pues como explicamos, no había valla que separara el jardín del huerto) ni un peligro activo es respetado de forma generalizada siempre que los motivos sean razonables y estén bien explicados. También es cierto que, a partir de cierta edad, los jóvenes necesitan explicaciones más detalladas y, sobre todo, acuerdos de confianza, más personalizados. La clave, en nuestra opinión, es preservar la confianza -siempre que no haya sido quebrada previamente- porque de esa manera se gana en autonomía, responsabilidad y aún más autoconfianza. 

Volviendo al trío que mencionamos en la entrada anterior en la ubicación final de ojo de agua, los dos chicos y la chica pusieron un punto en la asamblea. Mientras se dilucidaban otros asuntos, esperaban pacientemente. Llegado el momento, quien coordinaba la asamblea leyó su punto, que decía: “Queremos salir al bosque” y les dio el turno de palabra. La chica explicó que querían salir para almorzar. Uno de los adultos dijo que esa decisión era muy importante, puesto que significaba que estarían sin la supervisión directa de un adulto, que ellos como adultos eran los sustitutos de sus padres en cuanto a la responsabilidad de su seguridad. Por eso, sugería que trajeran una propuesta detallada de cuáles serían las condiciones para salir con seguridad. Todo el mundo se mostró de acuerdo. A la siguiente semana, tras anotar un nuevo punto en el orden del día, expusieron su propuesta ante la asamblea.

Proponían lo siguiente: poder salir de ojo de agua al bosque avisando a un adulto previamente siempre que se tuviera un mínimo de seis años. Para el caso de accidente, pensaron que el número mínimo de personas que debían salir eran tres: una que se quedara acompañando a la persona que se hubiera accidentado y otra para volver a ojo de agua a pedir ayuda. También añadieron que deberían volver, como muy tarde, quince minutos antes de la hora acabar la jornada en ojo de agua. A lo largo de la conversación se añadieron más detalles: las tres personas que salieran, no deberían separarse; al menos, una debería llevar reloj y saber leer la hora; traer un permiso por el que los padres se mostraban de acuerdo y que incluyera nombres completos, fecha y firma, ademas del texto del permiso. Finalmente, se añadió que las personas que salieran no deberían llegar a la carretera. Todos los presentes de mostraron de acuerdo.

Las tres personas que abrieron esta posibilidad habían mostrado en el pasado una gran responsabilidad, pero los adultos sabían que distintas personas mostraban distintos niveles de responsabilidad. Por eso, un adulto propuso en la siguiente asamblea un acuerdo más: puesto que ellos, como adultos, son los responsables legales últimos de la seguridad de los menores de edad durante el tiempo en que ellos se encuentran en ojo de agua (porque su padres han delegado en ellos esa responsabilidad) pidieron que la asamblea les otorgara derecho de veto en caso de que una persona que no ha mostrado cierto grado de responsabilidad deseara salir. Esto, explicó, es porque al final el resto de miembros de la asamblea podrían votar a favor sin responsabilidad ninguna sobre las consecuencias de dicha decisión.

Alguien podría pensar que para ese viaje no se requieren alforjas, que, al final, la decisión última corresponde a los adultos. Y, en parte, es cierto. Pero no lo es menos que los caminos son muy diferentes. No es lo mismo que los adultos decidan -preventiva y unilateralmente- si alguien puede salir o no que experimentar el recorrido previamente detallado en el que se experimenta un proceso de escucha, argumentación y desgranado de las implicaciones de seguridad y responsabilidad, un intercambio de puntos de vista y, en definitiva, un proceso de toma de conciencia que, al final, es lo importante desde nuestra perspectiva. Ese proceso de diálogo, de expresión de necesidades y asunción de responsabilidades, ha sido una herramienta muy eficaz en el impulso de la madurez de las personas. Sienten escuchadas y atendidas sus necesidades y, en consecuencia, escuchan y atienden las necesidades de los demás. 

Cuando hemos recibido visitas que han podido experimentar el transcurso de la vida en ojo de agua ha habido siempre un denominador común: tras sus observaciones las visitas se llevan la impresión de que los chicos y las chicas muestran una sorprendente responsabilidad.

Con el tiempo, las reglas para salir de ojo de agua fueron afinándose y es cierto que no todas las personas estaban preparadas para tal responsabilidad, pero sentíamos que la escasa responsabilidad de unas no debería impedir el desarrollo de la responsabilidad y la madurez de otras.

Para los casos en que una persona quisiera salir y no tuviera la confianza de los adultos, entonces comenzaba un proceso  personalizado de reconstrucción de la confianza mutua. Dependiendo de los casos, este proceso podría durar más o menos tiempo, dando pequeños pasos hasta que la confianza mutua estuviera fortalecida. Si bien para ser totalmente honestos ha habido algún caso en el que no logramos recuperarla.

Nunca hubo un accidente. De hecho, es nuestra experiencia que en un entorno basado en la confianza con una mirada atenta los accidentes disminuyen drásticamente.

Como mencionamos al principio, cualquier persona podía abrir la verja. Todo lo anterior indica que nunca se abría sin necesidad. Sólo en dos ocasiones en veinticinco años, alguien abrió la puerta y salió. En las dos ocasiones, ambas personas estaban muy enfadadas y fue muy evidente. No hubo peligro. Alguien salió a hablar con ellos y acabaron volviendo. En otra ocasión, un par de chicos saltaron una valla y salieron, pero eso habría sucedido con la puerta cerrada con llave igualmente.

Quizá por todo esto nunca nos decidimos por hacer un día de puertas abiertas. Si tienes un día las puertas abiertas significa que el resto las tienes cerradas.

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