Nada más nacer, el pequeño elefante fue atado a una cadena. Así pasó, día tras día, toda su vida. Un día, ya mayor, quien le ofrecía la comida y el agua diaria, abrió el grillete que sujetaba su pata y lo liberó de la cadena. El elefante no se inmutó. Continuó comportándose como el resto de sus días anteriores, como si continuara atado a la cadena. Ya lo había integrado como parte de su vida.
La educación es un derecho. La escolarización es una imposición. Esta confusión entre educación y escolarización es una más de las ingentes argucias semánticas entre las que vivimos rodeados. La escolarización solo es una forma en la que se puede cumplir el derecho a la educación. Pero no es la única. Ni necesariamente la mejor. Sin embargo, es obligatoria. Y omnipresente. La única manera de satisfacer el derecho a la educación, aparentemente.
La escolarización institucionaliza relaciones y burocratiza procesos de desarrollo humano. Quizá sea por eso que la mayoría de los niños no quieren ir a la escuela, que el primer día del inicio del curso escolar se denomine “el día de las lágrimas” o que las consultas psicológicas infantiles y juveniles se incrementen significativamente. Quizá deberíamos dar un paso atrás y observar todo esto detenidamente. La obligatoriedad de la escolarización lamina el impulso y el gusto por aprender. Cuando preguntamos a jóvenes que -tras una experiencia no escolarizada- acuden a la secundaria e, incluso, al bachillerato, nos lo dicen: la gente no tiene ganas de aprender. Solo buscan pasar la evaluación; el examen, en la mayoría de los casos. Si pasas el examen, has aprendido. Es la lógica del sistema. Y lo registra en una pantalla. En tu expediente. Y eso pretende definir quién eres socialmente.
¿Dice algo ese expediente de tu educación como persona? Poco o nada.
La institucionalización y la burocratización destruyen las relaciones auténticas y genuinas entre las personas. Las relaciones de poder formales e informales que se establecen, fruto del diseño estructural de las instituciones escolares, minoran la humanidad de las relaciones que surgen en tal contexto social. Relaciones de poder formal de maestros y profesores sobre alumnos y estudiantes. Relaciones de poder informal entre alumnos. Relaciones cuyas consecuencias se somatizan y convierten a la profesión docente en una de las que alcanza mayores enfermedades profesionales y bajas laborales por salud mental. Significativo. Relaciones en las que los alumnos han de abandonar su autenticidad personal para amoldarse a la exigencias del grupo y a las expectativas de la institución. O todo lo contrario.
Nada de eso “tiene que” ser así. Hay otras maneras de cumplir con el derecho a la educación. Atendiéndomelo a todas las dimensiones del ser humano de manera más equilibrada. Impulsando el desarrollo humano -incluyendo el cognitivo- sin obligatoriedades ni imposiciones. Pocos lo saben y, cuando lo saben, menos aún lo creen posible.
La escolarización obligatoria institucionalizada es una de las cadenas a las que vivimos atados y no somos capaces de ver la posibilidad de vivir sin ella, tan acostumbrados estamos a su presencia en nuestras vidas.
Pero esas otras posibilidades existen. Y son valiosas. Lo hemos comprobado en vida propia.
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